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Blog de Miguel Angel Rodriguez y Urosa

70 años II Guerra Mundial

70 años  II Guerra Mundial

El 1 de septiembre de 1939 las tropas germanas cruzaron la frontera de Polonia y ocho días más tarde ya sitiaban Varsovia. Las amenazas de Reino Unido y Francia para que se retiraran se quedaron sólo en advertencias y en una declaración de guerra. Hitler comenzó así, junto con la anexión de Austria un año y medio antes, a cumplir su sueño de la Gran Alemania: la nación que reuniría en su seno a todos los germanos. La venganza por la humillación de Versalles.

Su pueblo, el mismo que le dio 13 millones de votos en 1932 y un año después el poder casi absoluto para levantar el Tercer Reich, no aceptaba la derrota de 1918 ni las férreas medidas que les impuso el tratado de paz: la pérdidas de territorios coloniales, de los enclaves europeos de Alsacia y Lorena y el pago de elevadas sumas al ser considerados los únicos culpables de la contienda. Tampoco el recorte de su poderío militar que, con permiso de los antiguos enemigos, el líder nazi consiguió burlar. Todo ello unido a la crisis económica que había dejado tras de sí el crack mundial de 1929 y que la República de Weimar no pudo neutralizar.

La excusa para la entrada en Polonia fue un supuesto ataque a una emisora de radio alemana para el que disfrazaron a presos comunes y que nadie creyó. Su plan era atacar por tres flancos: por la ciudad de Danzig (con elevada población alemana), por el oeste y por el sur. Se estrenó la ’Blitzkrieg’ o ’guerra relámpago’: las fuerzas acorazadas apoyadas por bombardeos frente al Ejército polaco, aún amparado en su caballería. Las cifras resultan demoledoras: más de 3.000 tanques en un bando y 600 carros de combate en el otro.

Otra ayuda se mantenía como cláusula secreta en el acuerdo de no agresión firmado entre la URSS y Berlín en agosto, con la que se repartían literalmente el país. Stalin entró por la parte oriental el 17 de septiembre para llevarse su parte del territorio. El régimen comunista sólo cambió de lado cuando Hitler, en julio de 1941, invadió sus dominios. A pesar de la defensa férrea, la capital polaca cayó el 1 de octubre y el día 6 se rindieron las últimas unidades que aguantaban la embestida. El Gobierno se exilió en Rumanía y se formó un importante movimiento de resistencia que apoyó a los Aliados frente al Eje. Los historiadores señalan que cuando terminó la guerra en 1945 habían muerto cerca de seis millones de polacos y se había destruido el 80% de sus ciudades. Polonia acogió, además, uno de los campos de concentración más terribles, el de Auschwitz-Birkenau, en el que se segó la vida de tres millones de personas.

La II Guerra Mundial suscitan aún hoy un debate tan intenso entre historiadores, intelectuales y científicos como el lanzamiento de las bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki de principios de agosto de 1945. La discusión se juega a la vez en el terreno de la moral y de la estrategia militar. ¿Fue el primer y único bombardeo con armas nucleares de la Historia realmente necesario para lograr la rendición de Japón?

Antes de que el 6 de agosto el Enola Gay, un bombardero B-29, se dirigiera a la ciudad de Hiroshima, tanto en Japón como en EEUU y en el resto del mundo existía la plena conciencia de que la II Guerra Mundial se encontraba en sus estertores. Alemania e Italia se habían rendido y Japón era incapaz de sostener el acoso de unos EEUU volcados en el frente del Pacífico.

El 26 de julio de 1945, el presidente estadounidense, Harry Truman, y sus aliados habían presentado una declaración conocida como el ’ultimátum de Potsdam’ en el que amenazaban de «la inevitable y completa destrucción» si el emperador Hiro Hito no se rendía de forma incondicional. Mientras el Gobierno japonés discutía cuáles eran las condiciones aceptables para el imperio del Sol naciente, se rechazó el ultimátum de Truman.

Unos 57 segundos después de que el Enola Gay dejará caer a ’Little Boy’, una bomba de uranio de 60 kilos de peso y un potencial destructivo de 13 quilotones, se produjo la primera detonación nuclear de la Historia. La bomba explotó a 600 metros de altura, cerca del centro de Hiroshima, que se convirtió en un enorme cráter de polvo en cuestión de segundos. No existen unas cifras exactas sobre las víctimas que provocó la explosión. Se calcula que unas 80.000 personas murieron de forma inmediata, y que otras 50.000 y 100.000 más fallecieron los días posteriores a causa de las heridas, o en los años siguientes como consecuencia de las radiaciones a las que estuvieron expuestas. Entre las víctimas figuran 11 prisioneros de guerra norteamericanos, un hecho que el Gobierno mantuvo en secreto durante más de 35 años. Hiroshima tenía entre 350.000 y 400.000 habitantes antes de que la bomba convirtiera la mayoría de la ciudad en una masa de escombros.

Tres días después, el 9 de agosto, llegó el segundo mazazo nuclear, esta vez sobre la ciudad de Nagasaki. En principio, el bombardeo estaba previsto para el día 11, pero la previsión de mal tiempo obligó a adelantar la misión. El primer objetivo militar era la ciudad japonesa de Kokura. Sin embargo, una vez allí, los pilotos decidieron cancelar el bombardeo debido a que una gran nube cubría ya la ciudad y limitaba la visibilidad a sólo el 30%.

Aquella nube salvó la vida de miles de habitantes de Kokura, pero condenó a otros miles del segundo objetivo de la misión: la ciudad portuaria de Nagasaki. En total, se estima que murieron cerca de 100.000 personas, entre 45.000 y 70.000 de forma inmediata tras la explosión. Esta vez la bomba, bautizada como ’Fat Boy’, estaba compuesta de plutonio y su potencial fue de 21 kilotones. Unos tres días después de la detonación, el emperador Hiro Hito decidió capitular. El 14 de agosto, un mensaje de radio informaba a la población de que el país se rendía.

Con la ocupación de Japón por unos 350.000 norteamericanos se ponía fin a la II Guerra Mundial, pero se iniciaba un debate inconcluido sobre la necesidad y moralidad del bombardeo nuclear. Los defensores de la acción —entre ellos políticos, militares e historiadores como Robert Newman— señalan que permitió salvar la vida de decenas de miles de soldados norteamericanos. La estimación de bajas que habría provocado la invasión de Japón varía en función de la fuente —el presidente Truman habló de entre 250.000 y 1.000.000 hombres; el Estado Mayor, de 370.000 muertos y más de un millón de heridos—. En todo caso, habrían sido muy elevadas, como  también lo habrían sido las de civiles y militares japoneses, pues habían recibido la orden de luchar hasta la muerte. Es decir, los defensores sostienen que los bombardeos permitieron salvar vidas.

En el otro lado del debate, se situaron reputados intelectuales como Albert Camus o Albert Einstein, e incluso varios científicos que trabajaron en el Proyecto Manhattan que desarrolló la bomba con James Franck a la cabeza. Denunciaron el bombardeo como un acto «inmoral» y acusaron a quienes lo autorizaron de cometer «crimen contra la Humanidad».

Algunos historiadores, como Howard Zinn, basan sus críticas en el hecho de que el bombardeo no era necesario y que Japón se habría rendido igualmente. Un informe del Departamento de la Guerra realizado en 1946 a partir de entrevistas a funcionarios japoneses parece darles la razón al concluir que «con toda probabilidad Japón se habría rendido antes del 1 de noviembre  de 1945 aunque no se hubieran lanzado las bombas». «Si EEUU no hubiera insistido en una rendición incondicional, aceptando la condición de que el emperador permaneciera en el poder, los japoneses habrían aceptado parar la guerra», sostiene Zinn en su libro ’A People’s History of the United States’.

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