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Blog de Miguel Angel Rodriguez y Urosa

Impresionistas y postimpresionistas. El nacimiento del arte moderno

Los impresionistas enseñaron a mirar el mundo de forma distinta. Las pinturas de Renoir, Monet, Degas o Pissarro anunciaban que la realidad está inmersa en un campo de ondas y que la materia queda renovada por la luz, convertida en movimiento por excelencia. “La idea de que la realidad física no es estática condiciona este estudio del efecto disolvente de la luz”, en opinión de Guy Cogeval, presidente de los parisinos Museos d’Orsay y de l’Orangerie.

El año 1886 se celebró la última exposición del grupo impresionista, que estaba muy dividido. Una nueva generación de artistas rechazaba la expresión natural del paisaje y se inclinaba hacia la interpretación mistérica de la naturaleza. Cada pintor emprendió su camino sin que ninguna dirección dominante se impusiera realmente.

Además, la actitud de los impresionistas más mayores hacia las nuevas generaciones fue crítica. Degas se burlaba de Seurat; Renoir no entendía que Gaguin tuviera que exiliarse para encontrar algo nuevo y Pisarro reprochaba también a Gauguin sus complacencias con el simbolismo.

Tras el impresionismo, nada podía ser como antes en el arte francés y pronto tampoco en el internacional, según del director del Museo d’Orsay para quien el postimpresionismo marcó el apogeo de un impulso vital irrefrenable.

La crisis del impresionismo

El relato de este impulso comienza en la exposición de la Fundación Mapfre volviendo la vista hacia Monet, quien a partir de 1886 empezó a reflexionar en torno a la idea de representar el mismo motivo, fluctuando en función de las estaciones, del tiempo o de la luz de los diferentes momentos del día.

A partir de 1890, surgieron las primeras series: Los almiares (1890), Los álamos (1891) y Las Catedrales de Rouen (1892-1893), todas ellas representadas en la muestra. En la Catedral de Rouen, Monet encontró uno de los más bellos motivos de toda su carrera de pintor: cuenta la leyenda que llegaba a pintar hasta 14 lienzos a la vez.

Al contrario que Monet, Renoir, otra de las grandes figuras dominantes del grupo impresionista, vuelve a participar en el Salón académico a partir de 1880, donde obtiene un gran éxito gracias a sus retratos, de los que Mapfre presenta un importante conjunto.

El crítico Félix Fénéon se inventó el término “neoimpresionismo” para definir el nuevo tipo de pintura liderado por Georges Seurat y Paul Signac, en el que los colores puros se yuxtaponen a través de pequeños puntos, que favorecen la mezcla óptica de los colores en el ojo, y no en la paleta.

Seurat perfeccionó su método de la mezcla óptica y su prematura muerte en 1891 hizo que Signac se convirtiera en un líder eficaz y en un gran teórico del movimiento.

Nueva corriente

Protagonismo especial tiene en la exposición la obra de Cézanne como nexo de unión entre el impresionismo y el postimpresionismo. El artista había sentido siempre la necesidad de romper con las reglas y de sobrepasar los límites que imponía la técnica impresionista.

En La señora Cézanne, Bodegón con cebollas y Manzanas y naranjas, el pintor insiste en el papel de los diferentes aspectos de la composición, abriendo el camino que conduciría al cubismo, y convirtiéndose en el padre de las primeras vanguardias.

Toulouse-Lautrec es otro de los artistas más célebres de su generación. Experimentó con perspectivas forzadas, tomadas de los grabados japoneses, con un dibujo nítido y con temas de los bajos fondos, pero nunca fue un acusador de los vicios de la ciudad: su pintura y sus dibujos los retratan con una mirada tierna y solidaria, sin cinismo y sin arrogancia.

Otro de los artistas fundamentales es Van Gogh, que en 1886 llegó a París y junto a sus amigos Toulouse-Lautrec, Anquetin y Bernard pintó los barrios parisinos con un uso muy expresivo e intenso del color, como en El merendero de Montmartre o El restaurante de la Sirène en Asnières.

Gauguin cuenta también con un espacio reservado en la muestra de la Fundación Mapfre, en el que se exhiben trabajos que realizó en Bretaña, donde conoce a Émile Bernard, con el que elaboró una nueva manera de pintar que eliminaba los detalles para contonear las formas por un trazo negro que recuerda al plomo de las vidrieras.

El talismán, de Paul Sérusier, planteó por primera vez lo que sería la pintura para el siglo XX, una superficie plana con formas y colores abriendo la puerta a la abstracción y la concepción objetual del cuadro.

Alrededor de la emoción que suscitó El talismán, un grupo de artistas se autodenominó “nabis”, palabra que tanto en hebreo como en árabe significa “profeta”, “elegido”. Así, decidieron concebir la pintura “como un grupo de acordes, alejados definitivamente de la idea naturalista”. Con obras fundamentales de este periodo finaliza el recorrido de la exposición.

Junto a la exposición de las obras del Museo D´Orsay, el Thyssen propone un recorrido de casi 100 años por la pintura al aire libre, seña de identidad de los pintores impresionistas aunque no fueron ellos los que la inventaron.

El recorrido de esta exposición, formada por 113 óleos entre los que se encuentran 10 de Monet y cinco de Van Gogh, se ha planteado como una iconografía de la pintura al aire libre a través de apartados que profundizan en aspectos como las rocas, las montañas, los árboles y las plantas, las cascadas, los lagos, los ríos y arroyos, las nubes, y el mar.

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