Laurent, el mejor retratista de la España del siglo XIX
Dos de los tres mejores fotógrafos en la España del siglo XIX no eran españoles. Por un lado, el francés Jean Laurent –Juan Laurent para nosotros– (Garchizy, Borgoña, 1816-Madrid, 1886). Por otro, Charles Clifford (Gales, h. 1819-Madrid, 1863), de quien se cree que era espía británico. Murió prematuramente. El único patrio en la terna era el valenciano José Martínez Sánchez. El Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE), en colaboración con la Real Academia de Bellas Artes, ha consagrado al primero de ellos la mayor monográfica hasta la fecha, «La España de Laurent (1856-1886). Un paseo fotográfico por la historia», que reúne en la Academia dos centenares de imágenes, seleccionadas por los tres comisarios: Carlos Teixidor, Pablo Jiménez y Óscar Muñoz. En 1975 el Estado español adquirió su legado: 12.000 negativos de vidrio se hallan depositados en la Fototeca del IPCE. Pionero de la fotografía en Europa, en 1843 llegó a Madrid, donde comenzó a trabajar como fabricante de papeles y cartones de lujo. No fue hasta 1856 cuando abrió su famoso estudio de fotografía en el número 39 de la Carrera de San Jerónimo, el mismo lugar donde Clifford instaló antes su estudio. Fue tal el éxito que solo cinco años después el francés fue nombrado fotógrafo de Su Majestad la Reina. Retrató a Isabel II y toda la Familia Real. Hábil empresario y genial publicista, consiguió el permiso real para lucir dicho título y el escudo de armas en el diseño de su marca comercial: primero, J. Laurent; después, J. Laurent y Cía. Lo imprimió en las tarjetas de visita, donde figuraba, en español, inglés y francés, su oferta: «Retratos de todas clases, vistas de España, reproducciones de los cuadros del Real Museo, más de 2.000 celebridades contemporáneas, trajes españoles, corridas de toros, abanicos fotográficos y retratos leptográficos». También estaban estampados título y escudo en el carruaje de revelado que Laurent usó en sus viajes por toda España, inmortalizando sus rincones más pintorescos y sus más hermosos monumentos. En 1868 tendría que borrar de su marca las alusiones a Isabel II, destronada por la Revolución Gloriosa. Aquel curioso laboratorio ambulante se ha recreado al comienzo de la exposición. Con su pesada cámara con trípode a cuestas, Laurent inmortalizó una España que empezaba a modernizarse: se construían puentes, túneles, líneas ferroviarias... Tanto Clifford como él ayudaron a difundir en todo el mundo el inmenso patrimonio cultural español, incluidas las colecciones del Prado, la Academia de Bellas Artes, los Sitios Reales... También, las pinturas negras de Goya, cuando aún estaban en las paredes de la Quinta del Sordo, siendo ésta propiedad del barón d’Erlanger. El negocio iba viento en popa: abrió un establecimiento en París y tenía a treinta personas distribuyendo fotografías por España y el extranjero: retratos en formato tarjeta de visita, positivos estereoscópicos, láminas en gran formato... Los precios: entre 4 y 24 reales. Una de las claves de su éxito fue que entre su clientela no se hallaban solo la Monarquía y la aristocracia de la época, también las clases medias. Fue el fotógrafo más popular del siglo XIX en España. Ante su objetivo posaron los generales Espartero, O’Donnell y Prim; la condesa de Montijo, los condes de Montpensier, intelectuales (Echegaray y Campoamor), artistas (Federico de Madrazo), toreros (Paquiro, Lagartijo o Frascuelo)... Fue el primer reportero taurino de España. Laurent es citado por Galdós en «Misericordia» y por Azorín en algunos de sus libros. La cámara de Laurent fue testigo privilegiado de la segunda mitad del siglo XIX español: la Monarquía isabelina y su destronamiento, el reinado de Amadeo de Saboya, la III Guerra Carlista, la I República, la restauración borbónica con Alfonso XII... Además de fotografías (muchas de época y algunas copias digitales), se exhiben en la exposición cartas, documentos, cajas para transportar y almacenar placas de vidrio, un trípode y una cámara de la época... y hasta un botón del uniforme del estudio Laurent. Casado con la viuda de un pastelero, tras su muerte la empresa pasó a manos de su hijastra Catalina y su yerno Alfonso Roswag, uno de sus colaboradores. Quisieron ampliar el negocio, pero la firma acabó en la ruina y el legado de Laurent, en manos de su colega, también francés, José Juan María Lacoste Borde.Difusión del patrimonio
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