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Blog de Miguel Angel Rodriguez y Urosa

El Museo del Prado reúne a Velázquez, Rembrandt y Vermeer

El Museo del Prado reúne a Velázquez, Rembrandt y Vermeer

Persiste el mito de una rivalidad que no existía. Alrededor de los artistas españoles y holandeses del siglo XVI y XVII quedó fijado un falso lema de proezas patrias: aquel que distinguió a los creadores por naciones, que ondeaba el prestigio de la identidad territorial, que los ponía a competir en el paisaje de la pintura europea. El siglo XIX forjó la ortopedia. Los primeros compases del XX, tan hipernacionalistas, la sustentaron creando un check point estético en favor de los terruños. Pero la realidad es otra. Menos monolítica, más dúctil.

Muchos de esos artistas trabajaron en una misma dirección, sin saberlo. Impulsados por intereses comunes que iban de Italia a Flandes, de Francia a España. Y generaron, sin buscarlo, una armonía compartida. Lo dijo bien Ortega y Gasset: "La unidad de la pintura en occidente es uno de los grandes hechos que hacen manifiesta la unidad de la cultura europea". Y en ese frente malversado pone ahora el foco el Museo del Prado con la exposición Miradas afines, patrocinada por la Fundación Axa, abierta hasta el 29 de septiembre y de la que es comisario Alejandro Vergara, jefe de conservación de pintura flamenca y Escuelas del Norte de la pinacoteca.

Entre los convocados: Velázquez, Rembrandt, Vermeer, El Greco, Antonio Moro, Zurbarán, Murillo, Frans Hals, Ribera y Juan van der Hamen, entre otros. Todos ellos desarrollaron motivos comunes en sus trabajos, manejaron técnicas compartidas, y en los talleres accedían a los mismos libros, como el de Giorgio Vasari: Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos. Eso rompía las distancias. El Renacimiento impulsó en todos un entusiasmo inédito por la antigüedad. Y desde ahí, unos y otros concretaron sus voces en una misma dirección.

El retrato, las ficciones realistas, el bodegón, el paisaje o las escenas mitológicas empezaron a ocupar buena parte del interés de los pintores. No hubo un trasvase exacto, sino una complicidad espontánea que conformó una manera de ver el mundo, de representarlo, de fijarlo. "Ni Velázquez, ni Vermeer, ni otros pintores de la época expresan en su arte el carácter de sus naciones, como se ha afirmado frecuentemente, sino unos ideales estéticos que compartían con otros muchos artistas del continente. No queremos afirmar que no existen diferencias, lo que queremos decir es que no hay tantas", explica el comisario.

La exposición, que reúne 82 piezas y se verá de otro modo en el Rijksmuseum de Ámsterdam, es una apología de la pluralidad, en favor de la contaminación artística más allá de símbolos patrios y contra esa "chifladura de exaltados", como escribió Unamuno, "echados a perder por indigestiones de mala Historia". En esa misma senda hace surco Miguel Falomir, director del Prado. "La realidad artística de Flandes y España no es la del conflicto entre protestantes y católicos, hay mucho más. Y es todo aquello que conforma el nudo de la cultura. Por eso defendemos esta exposición como un convincente y encendido alegato en favor de la cultura europea".

Obras de 'Miradas afines' que se exhibe en el Museo del Prado.ALBERTO DILOLLI

Muchos de los artistas no se conocían entre ellos, pero existen concomitancias claras que en esta muestra se hacen sitio. La información fluía por Europa y, de algún modo, calaba en los talleres. Esto es fácil de advertir en el encuentro del delicado paisaje de Velázquez, Vista del jardín de la Villa Medici en Roma (1630) junto a Vista de casas en Delft (La callejuela) (1658). El maridaje es sorprendente. Y así sucede, además, con muchas otras de las piezas escogidas, como el Demócrito de Hendrick ter Brugghen (1628) y el de José Ribera (1630). O como el Menipo (1638) de Velázquez y el Autorretrato como el apóstol San Pablo de Rembrandt (1661). Todo encaja. Y consolida una forma de entender Europa.

Al frente de las admiraciones de unos y otros estaba la pintura italiana renacentista, que exhibía un desarrollo insólito. Tiziano estaba considerado il miglior fabbro. El arte también viajaba. El mecenazgo empezaba a tener presencia en la sociedad civil y eso provocó la dispersión de obras por Europa. Así es fácil detectar cómo los modelos se repetían. Por ejemplo, los pintores españoles y holandeses del siglo XVII también compartieron su afán por humanizar los asuntos que pintaron. Los dioses, santos o sabios antiguos que aparecen en sus obras son personas de rasgos comunes, que visten ropajes humildes y habitan espacios de aspecto cotidiano.

Pero una ausencia marca también la exposición: La rendición de Breda, de Velázquez. En su lugar, un mapa del sitio de Breda. "No se trata de una muestra sobre Historia ni sobre las relaciones entre Países Bajos y España. Por eso prescindimos de esa tela. No hay que buscar más allá", dice Falomir.

El cuadro de Velázquez desarrolla, sin vanagloria ni sangre, el tema de la guerra de Flandes para independizarse de España. Justino de Nassau (hijo de Guillermo de Orange), defensor de Breda, aparece con las llaves de la ciudad en la mano y hace ademán de arrodillarse, lo cual es impedido por su contrincante, que pone una mano sobre su hombro y le impide humillarse.

En este sentido, es una ruptura con la tradicional representación del héroe militar, que solía representarse erguido sobre el derrotado, humillándolo. Igualmente se aleja del hieratismo que dominaba los cuadros de batallas. Un cuadro significativo que no tiene sitio, además, "porque rompería el espacio de la exposición", apunta Falomir.

Aun así, el conjunto despliega un relato deslumbrante donde la pintura se aúpa como principal costura entre dos países que están en un momento de mutación, de expansión y de contracción. Que son más eje de Europa que nunca. De ahí que el uso del arte como estandarte sea también una seña de identidad. "Una pintura con bandera tiene algo de mística y el sentimiento de pertenecer a una tribu es grande", explica Alejandro Vergara. "No se suelen colgar cuadros de distintos lugares juntos, pero ahora el mensaje es que se puede ser escéptico al mito".

Esta es una de las exposiciones más ambiciosas de la actual temporada del Prado, en pleno rendimiento por los actos del bicentenario, lo que según el director de la pinacoteca hace pertinente reflexionar sobre la sostenibilidad del espacio expositivo y el flujo de visitantes que pueden asimilar los museos. Entre 20 y 30 minutos podrá disfrutar la muestra cada visitante. "No es una medida excepcional ni restrictiva, son las pautas que se toman para evitar grandes aglomeraciones", dice Falomir.

Poco tiempo para una propuesta tan ambiciosa, en la que están las claves de todo aquello que une a algunos de los maestros de la pintura española y holandesa. La mejor escudería del arte del siglo XVII, con Italia al frente. Con el siglo a cuestas. Con el corsé del nacionalismo invalidado.

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