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El día que Núñez de Balboa avistó el Pacífico

Hoy se cumplen 500 años desde que Vasco Núñez de Balboa avistó el Océano Pacífico. Entre las conmemoraciones que permiten ahondar en esta conmemoración figuran dos grandes exposiciones. La primera, recién inaugurada, es la que acoge el Archivo de Indias. La segunda, titulada 'La exploración del Pacífico: 500 años de Historia', es un proyecto conjunto de la Casa de América y el Museo Naval.
'La exploración del Pacífico: 500 años de Historia' está concebida, diseñada y montada por el Museo Naval. Son 170 piezas de dicho museo que recorren 500 años de exploraciones, navegaciones y rutas comerciales, desde el descubrimiento de Balboa y la expedición de Magallanes o el Galeón de Manila hasta la expedición Malaspina, en la que participó el buque Oceanográfico de la Armada, el Hespérides, en 2010.
Hitos históricos
Podrá visitarse en las salas de exposiciones de la Casa de América desde el próximo 3 de octubre. El visitante podrá realizar un recorrido por la historia marítima de los últimos 500 años en sus hitos históricos. Desde el primer avistamiento europeo del Pacífico, el 25 de septiembre de 1513, hasta la lucha por las islas de las especies con Portugal; de la primera vuelta al mundo, a la ruptura con los mitos y leyendas sobre el fin del mundo una vez traspasados los océanos; del llamado Lago Español a la llegada española a Australia, pasando por el primer comercio global consolidado el Galeón de Manila.
La muestra también recorre el Pacífico durante la época de la Ilustración, profundiza en los últimos viajes y exploraciones, y llega hasta la actualidad. Todo gracias a numerosas piezas originales (más de 170), como brújulas, mapas, cuadros, maquetas o cañones.
Archivo General de Indias
Por otra parte, el Archivo General de Indias acaba de inaugurar la muestra «Pacífico. España y la aventura del Mar del Sur», que reúne un total de 163 piezas originales y que estará abierta hasta el próximo el 9 de febrero.
Esta muestra está organizada por Acción Cultural Española (AC/E), la Junta de Extremadura, el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, el Archivo General de Indias y el Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación. El diseño de la misma corre a cargo de Tannhauser Estudios. Reúne 163 piezas y documentos originales de los archivos estatales españoles, museos y colecciones públicas y privadas. Asimismo, el espectador se encontrará con recursos didácticos, escenografías y audiovisuales que conforman una muestra dividida en siete bloques.
Este viaje en el tiempo se inicia en el bloque «Un mundo incompleto y América, el continente inesperado», en el que se hace una introducción al visitante al desconectado mundo del siglo XV, en donde Portugal y Castilla competían por alcanzar las indias. Se exponen en este apartado el Tratado de Tordesillas, un acuerdo internacional entre las coronas de Portugal y Castilla y un documento de Fray Bartolomé de las Casas en defensa de los indígenas.
El un segundo apartado, «El descubrimiento de la Mar del Sur», muestra documentos relacionados con Tierra Firme (Venezuela, Istmo de Panamá y parte de territorios de Colombia) y la hazaña del extremeño Vasco Núñez de Balboa, primer europeo que divisó el Océano Pacífico y lo dio a conocer en el viejo continente. Entre los documentos expuestos destacan la primera noticia del avistamiento y toma de posesión del nuevo océano, al que el explorador bautizó como «la mar del Sur»; la única carta original que se conserva de Balboa, así como un facsímil manipulable con los principales documentos relacionados con la primera exploración española del Pacífico en sus costas americanas y asiáticas.
Manila y las Marshall
Tras su paso por Trujillo y su estancia ahora en Sevilla hasta el próximo 9 de febrero, esta exposición se podrá ver también simultáneamente (con réplicas de las piezas originales) en el National Museum of Philippines de Manila (Filipinas). Otra versión reducida se puede ver en las Islas Marshall hasta el próximo mes de octubre.
El Museo del Prado presenta la exposición Velázquez

Segunda mitad del siglo XVII. España padece una grave crisis económica (está al borde de la bancarrota) y otra, no menos importante, dinástica: Felipe IV se casa en segundas nupcias con su sobrina Mariana de Austria en 1649 (él tiene 49 años, ella aún no había cumplido los 15) y hasta 1657 no nacería un varón (Felipe Próspero, nombre que resultó muy poco visionario), garantizando así la tan ansiada sucesión. A ello hay que sumar que el país se hallaba en guerra con Francia, Gran Bretaña y Portugal. Demasiados frentes abiertos incluso para el Rey Planeta. Es ése el complejo entorno en el que un pintor sevillano logró convertirse en uno de los mayores genios de la Historia del Arte y el marco de la nueva exposición del Prado, que vuelve a rendirse a su hijo predilecto.
Velázquez y Felipe IV protagonizaron un tándem perfecto durante cuatro décadas. El primero, garantizándose el monopolio y el control casi absoluto (con la única excepción de Rubens) de la imagen real como pintor de Corte, logrando así la promoción y el ascenso social que siempre anheló. Llegó a ingresar en la exclusiva Orden de Santiago. Felipe IV fue el Monarca con mayor conocimiento en pintura. Tenía un irrefrenable furor coleccionista.
Arte y política
Pocas veces en la Historia, arte y política estuvieron tan próximos. Para solucionar conflictos diplomáticos y sellar nuevas alianzas, nada mejor que amañar los matrimonios de las pobres Infantas. A María Teresa, hija mayor de Felipe IV, quieren casarla con el archiduque Leopoldo Guillermo. Le hacen retratos y los envían a Viena. Pero los franceses, con su savoir faire, se adelantan y piden su retrato: Luis XIV gana la partida. Que Cristina de Suecia quiere acercarse a Felipe IV, pues le regala «Adán» y «Eva» de Durero.
Explica Javier Portús, comisario de la exposición, que el retrato «era el género que le permitía a Velázquez acceder más directamente a la intimidad de los poderosos y el que podía proporcionarle honores más rápidos y efectivos». Lo consiguió con Felipe IV y con Inocencio X. Pero mucho antes que él ya canjearon arte por honores Apeles al retratar a Alejandro Magno y Tiziano, que hizo lo propio con Carlos V y Felipe II.
Álbum de familia (real)
La exposición, patrocinada por la Fundación AXA y que el lunes inaugurarán la Reina Doña Sofía y el presidente austriaco, nos abre de par en par un álbum de familia (Felipe IV, su segunda esposa y sus hijos), a través de los retratos de Velázquez. En 1990 el Prado celebró una monográfica del artista -la mayor hasta la fecha-, que se convirtió en un hito y, según su director, Miguel Zugaza, supuso un punto de inflexión en la vida pública del museo. Mucho antes que la dalimanía, se instaló en Madrid la velazquezmanía. Larguísimas colas se arracimaban ante el Prado para adorar al nuevo becerro de oro. Entonces colgaron en el museo 79 obras. Fue una muestra irrepetible.
Una pequeña gran joya
En esta ocasión, se trata tan solo de 29 cuadros, y 14 ni siquiera son de Velázquez. Pero lo que, sobre el papel, parecía una decepción se torna al visitarla en una gratísima sorpresa. Es una pequeña gran joya, una muestra exquisita. Pocas veces vemos tanta calidad en tan pocos metros cuadrados. Hay obras que nunca han viajado a España y el Kunsthistorisches Museum de Viena ha desmontado, literalmente, sus salas de Velázquez. Como contrapartida, acogerá una muestra del maestro sevillano con importantes préstamos del Prado.
Si sumamos el medio centenar de Velázquez que atesora la pinacoteca española en sus salas y los excepcionales préstamos de esta exposición, el Prado es hoy más que nunca la Casa de Velázquez, pues alberga sus mejores retratos. Salvo dos grandísimas ausencias: el «Retrato de Inocencio X», de la Galería Doria Pamphilj de Roma, y el «Retrato de Juan de Pareja», del Metropolitan neoyorquino. Apenas se prestan y ambos ya han estado en el Prado.
«Las Meninas», su obra cumbre
La exposición, que permanecerá abierta hasta el 9 de febrero, abarca los últimos 11 años en la carrera de Velázquez: de 1649 a 1660. Pero son los más brillantes. Es entonces cuando pinta su obra cumbre, «Las Meninas», que no se mueve de la Sala XII. Esta emocionante aventura arranca en el segundo viaje a Italia del pintor (de finales de 1648 a 1651). El Rey le reclama en Madrid con insistencia y urgencia -aún no ha retratado a la nueva Reina-, pero Velázquez no tiene ninguna prisa por regresar a la Corte: había triunfado en el amor (tuvo una amante que le dio un hijo) y también en el trabajo.
La muestra nos lleva a la Corte papal de Inocencio X, donde Velázquez se encumbró como retratista, inmortalizando a relevantes miembros de la Curia: los cardenales Camillo Massimi y Camillo Astalli, el oficial Ferdinando Brandani y el mismísimo Inocencio X. De los 12 retratos que hizo en Italia, se conservan 6 y en la muestra cuelgan 4. Portús advierte, comparando los retratos velazqueños del Rey y el Papa, que pintó a éste «poderoso, desconfiado, de forma invasiva», mientras que a Felipe IV lo retrata «de forma distante y evasiva».
Endogamia en la Corte
La profunda endogamia de la Corte española de la época (se casan familiares entre sí) provoca, según Portús, una gran uniformidad en los rostros: todos se parecen, todos tienen los mismos rasgos. Muy interesante, el tú a tú entre la Reina Mariana de Austria y la Infanta María Teresa (primas, pero también madrastra e hijastra). Genial, el retrato de esta última con mariposas en el pelo, préstamo del MET: una metáfora del arte de Velázquez, siempre en proceso de transformación. Pero la gran protagonista de la muestra es la Infanta Margarita, presente hasta en 11 cuadros.
En estos últimos años de la carrera de Velázquez los retratos de hombres maduros, que habían centrado su etapa anterior, dejan paso a los retratos femeninos e infantiles. «En ellos cambia la composición y hay una nueva gama cromática. Es un mago del color. Con certeros golpes de pincel crea una sensación de ilusión. Se desborda la parte más sensual y pictórica de Velázquez, que cuida mucho los detalles y crea espacios profundos y misteriosos», apunta Portús.
El taller y sus herederos
Así se aprecia en la impresionante galería de Infantas y el Príncipe niño. Precisamente, con la llegada de la nueva Reina y el nacimiento de sus hijos crece la demanda de retratos y Velázquez recurre a su taller, que tuvo una intensa actividad haciendo copias y versiones de sus cuadros. Es uno de los aspectos menos estudiados de la producción de Velázquez y más interesantes de la exposición, donde cuelgan dos obras de su taller cedidos por el Louvre.
La exposición concluye con el retrato cortesano español de 1660 (año de la muerte de Velázquez) a 1680, y con Mazo y Carreño de Miranda como principales herederos del maestro. «Hay vida después de Velázquez», sentencia Portús. Del primero, destaca obras como una copia de «Las Meninas» y «La familia del pintor» (donde deconstruye «Las Meninas» de su suegro). Carreño homenajea al maestro en espléndidas obras como los retratos de Carlos II y Mariana de Austria. En realidad, la exposición no termina aquí. No puede acabar de otra manera la visita que revisitando la sala XX y, admirando, de nuevo, «Las Meninas», que «no es una pintura de historia sino un enorme retrato real, un acertijo visual, un auténtico alarde técnico», en palabras de Javier Portús.
Durante los últimos diez años de su vida, de 1650 a 1680, Velázquez escribió una de las páginas más brillantes de la historia de la pintura universal y a los retratos cortesanos que hizo durante esa época dedica el Museo del Prado una exquisita exposición.
El recorrido, en el que "Las Meninas" son las grandes protagonistas aunque no se encuentren presentes en las salas de la exposición, propone un paseo por la historia de España y de Europa así como por la historia del retrato cortesano español.
"Las Meninas dan sentido a esta exposición", según Javier Portús, jefe de conservación de pintura española del Museo del Prado y comisario de la muestra, patrocinada por AXA.
En su opinión esta obra no solo es punto de referencia para la historia de la pintura "sino también del retrato. Es la mejor radiografía de la corte española y de los juegos de poder".
29 obras, 15 de Velázquez y 14 de su taller
Para la exposición, dividida en cinco secciones, se han seleccionado 29 obras, quince de ellas realizadas por Velázquez y las catorce restante por su taller o por sus sucesores Juan Bautista Martínez del Mazo y Juan Carreño de Miranda.
Se trata de "un álbum de familia que refleja las peripecias de una grupo familiar de cuyos avatares estaba pendiente media Europa", y muestra un momento de la vida familiar de Felipe IV muy singular, tras la muerte de su mujer y de la de su hijo Baltasar Carlos, heredero de la corona.
La familia real se limitaba entonces al rey y a su hija María Teresa, lo que hacía imprescindible que el monarca se volviera a casar y se decide lo hiciera con Mariana de Austria. De este matrimonio nacen Margarita y Felipe Próspero.
En este contexto se desarrolla la labor de Velázquez como retratista. La llegada de Mariana y el nacimiento de sus hijos da lugar a una amplia demanda de retratos familiares.
"Velázquez tiene que atender estas demandas y lo hace creando obras originales y manteniendo activo un taller que las reproduce", recordó Javier Portús, que ha contado con la colaboración del Kunsthistorisches de Viena, museo que ha prestado cinco obras de Velázquez y dos de Martínez del Mazo.
Miguel Zugaza, director del Prado, agradeció también la colaboración del museo de Viena "que ha descolgado la colección completa de sus Velázquez tardíos" y aseguró que la exposición permite entender por primera vez el trabajo del taller de Velázquez así como la importancia que tuvieron sus trabajos en Martínez del Mazo y Carreño de Miranda.
Un recorrido «tipológico, histórico y artístico»
El recorrido planteado por Portús, "tipológico, histórico y artístico", comienza con una selección de obras realizadas por Velázquez durante su segunda estancia en Italia, donde triunfó como retratista en la corte de Inocencio X, presente en este espacio, y disfrutó de un ambiente cultural abierto y sofisticado, representado por Camillo Massimo.
"En esta época pintó en Roma doce retratos, de los que se conservan seis, cuatro de los cuales están en la exposición", destacó el comisario.
Protagonistas de la segunda sala son "Las dos primas", la reina Mariana y la infanta María Teresa a cuyos retratos tuvo que dedicarse Velázquez a su regreso de Italia.
"Estas obras no se parecen en nada a lo que hizo en Roma ni a lo que pintó con anterioridad a este viaje. En los últimos diez años de su vida el artista se convirtió en retratista de mujeres y niños y eso trajo muchos cambios a su pintura", con una gama cromática más amplia y cálida y atendiendo de forma especial los detalles.
El siguiente espacio lo ocupa "La infanta Margarita", cuyo crecimiento desde los 3 años hasta que viajó a Viena para casarse puede contemplarse en la exposición, en la que aparece en once obras, en ocho de las cuales es protagonista.
Las dos últimas secciones muestran como la historia del retrato cortesano español continúo tras la muerte de Velázquez con sus seguidores Martínez del Mazo y Juan Carreño.
Llegan «Las Meninas» de Kington Lacy
Por primera vez en 200 años, "Las Meninas" de Martínez de Mazo han abandonado el palacio inglés de Kington Lacy para formar parte de esta exposición, en la que han adquirido una importancia especial al ser publicado recientemente un estudio en el que el profesor Matías Díaz Padrón asegura que se trata de un "modeletto" o boceto creado por la mano de Velázquez.
Sobre este punto, Javier Portús no se ha pronunciado directamente aunque ha asegurado que en la exposición la obra está identificada por una cartela en la que el autor es Juan Bautista Martínez del Mazo. "Esa es la catalogación que tiene el cuadro", aseguró y comentó que esta catalogación "es compartida por la dirección del museo".
En su opinión, esta es la primera vez en que se ha creado el contexto que permite conocer mejor el cuadro y hacerse una idea precisa. "Al encontrarse en una sala junto a otras obras de Martínez de Mazo, se le da al visitante todos los elementos de juicio para que se haga una idea".
CENTENARIO DE VERDI

Uno de los más vergonzosos episodios en la historia académica es el hecho de que el Conservatorio de Milán no consideró a Verdi apto para una carrera musical y lo que aprendió lo tuvo que hacer a través de clases privadas y de su esfuerzo personal. (Lo mismo había pasado con otros compositores como Schubert y Haydn, lo cual muestra lo curiosos que a veces son los conceptos de los académicos). Pero en Italia existía una fuerte tradición operática, que había llegado a un momento culminante con Rossini, Donizetti y Bellini. El primero consideró que no podía ponerse a la altura de la evolución de su arte y en la mitad póstuma de su vida no volvió a componer. Bellini murió trágicamente joven, de 34 años o sea uno menos de los que tenía Mozart al morir y la carrera de Donizetti terminó cuando se enloqueció. Cuando Verdi llegó a la escena la tradición existía pero en Italia no se veían muchos compositores que pudieran continuarla. Verdi entró con pasos vacilantes en el mundo operático y eso se reflejó en el poco éxito de Oberto, su primera ópera. A pesar de esto los empresarios le dieron otra oportunidad con una obra cómica, Un día de reino pero la tragedia cayó sobre Verdi cuando por ese entonces murieron su esposa y sus hijos en un lapso breve. Tener que componer una farsa en esas circunstancias no era fácil y eso se refleja en la obra, que tiene momentos interesantes pero a la que le falta ese espíritu que Verdi dio a sus obras posteriores.
Los años de esclavitud
Verdi decidió retirarse de la música y lo hubiera hecho si no hubiera sido por que su editor, que todavía confiaba en él, le convenció de que aceptara la creación de una obra nueva, Nabuco. La esclavitud de los hebreos en época bíblicas reflejaba la de los italianos bajo los yugos austriaco y francés y Verdi aceptó el encargo. El éxito de Nabuco fue tan absoluto que permitió al músico volver a la creación y comenzaron los éxitos, en que obra tras obra era un triunfo de público. Lo malo es que Verdi no estaba satisfecho y él llamó a esos tiempos los años de esclavitud en que componía por encargo pero con poca convicción. Solo la genialidad del músico permitió que esas no fueran obras mediocres pero tras de ellas comenzó la verdadera carrera de Verdi cuando compuso, una tras otra, tres obras maestras, El trovador, Rigoletto y La Traviata. A partir de ese momento comenzó la racha de triunfos de Verdi que afirmó su puesto entre los grandes de la música de todos los tiempos. Los años de esclavitud habían terminado.
Las obras finales
Verdi había rehecho su vida al lado de una cantante que lo apoyó hasta su muerte, Giuseppina Strepponi, una mujer inteligente y de gran carácter que supo dar al músico momentos de tranquilidad doméstica. Esto a pesar de que ella fuera rechazada por sus vecinos, que consideraban que era escandaloso que vivieran en pecado, como se decía en ese entonces, ya que solo mucho después los dos se casaron religiosamente. Verdi, muy dignamente, exigió respeto por su compañera pero la verdad es que vivieron aislados de la sociedad del pequeño pueblo donde vivían. Pero en el resto del mundo Verdi era respetado y podía poner sus condiciones a teatros y empresarios. Cuando el mandatario de Egipto le encargó la ópera Aida, para las ceremonias de inauguración del Canal de Suez, Verdi trató de igual a igual al monarca. En sus últimos años, Verdi se dedicó a dos obras maestras de toda la música, las óperas basadas en temas de Shakespeare, Otelo y Falstaff, la culminación de toda su creatividad, gracias a la colaboración de ese genio casi olvidado Arrigo Boito.
Un hombre del pueblo
Verdi se consideraba un hombre del pueblo y aunque era conciente de su valor artístico, sus conversaciones con los aldeanos vecino le daban casi tanto placer como codearse con la aristocracia. Era respetado por el mundo y sus compatriotas lo consideraban no solo un gran músico sino un excelso patriota. Cuando murió en 1901, todo Milán se volcó en una gigantesca manifestación de aprecio al gran artista y al gran hombre. Su valor se refleja en el hecho de que en este centenario, la estrella de Verdi es cada vez más fulgurante.
CaixaForum acoge la muestra 'Japonismo'

CaixaForum Madrid acoge a partir de este jueves la exposición ’Japonismo. La fascinación por el arte japonés’, una muestra que podrá visitarse hasta el 16 de febrero del próximo año.
La exposición recoge la influencia del arte nipón a tres niveles: internacional, europeo y también en España, ha informado la Fundación ’La Caixa’ en una nota de prensa.
La fascinación europea por el arte y la cultura de Japón se remonta a la apertura de sus puertos durante la década de 1860 y la llegada de los primeros misioneros, durante el periodo ’namban’, hace ahora más de cuatrocientos años.
Se trata de un fenómeno que renovó el arte occidental de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, proporcionando nuevos temas, motivos, composiciones, técnicas, formatos y, en definitiva, una imaginación poética y una visión del arte que hicieron cambiar los gustos y revelaron un abanico inédito de ideas, formas y colores.
La colección reunida para el público por CaixaForum está compuesta por más de 180 obras procedentes de diferentes prestadores de orígenes dispares. Por este motivo, muchas de ellas son se muestran por primera vez al público.
En la exposición se pueden encontrar piezas de artistas como Fortuny, Picasso, Manet, Rusiñol, Toulouse-Lautrec, Miró o Nonell, entre otros; en un esfuerzo por descubrir un arte, una estética, una cultura y una visión del mundo aparentemente distantes pero que cautivaron a estos iconos de 1900.
La muestra de la Obra Social ’La Caixa’ es la primera que se organiza en nuestro país para abarcar el fenómeno internacional del japonismo y la fascinación europea por el arte y cultura niponas
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http://obrasocial.lacaixa.es/nuestroscentros/caixaforummadrid/japonismo_es.html
Adios Manolo
Año Verdi, La Fenice
Amaneciendo en España
