Se muestran los artículos pertenecientes a Noviembre de 2015.
Henri de Bailly - Pasacalle: "Yo soy la locura"
Jacaras Enrike Solinis
FORMA ANTIQVA - Marionas de Gaspar Sanz
La Bergamasca, Marco Uccellini
Andrea Falconieri: Folias
Andrea Falconieri - Ciaccona
Vive la Liberté et Paris
La exposición sobre Julio Verne llega a Espacio Fundación Telefónica

Espacio Fundación Telefónica trae la exposición de Julio Verne. Los límites de la imaginación hasta el 21 febrero de 2016. La muestra trata sobre las fronteras, a veces invisibles y no siempre necesarias, entre ficción y realidad. La exhibición tiene como objetivo retratar ese círculo virtuoso de retroalimentación del imaginario a la realidad, y viceversa.
Comisariada por María Santoyo y Miguel Ángel Delgado , autores del proyecto Tesla, la muestra propone una revisión del mítico autor a través de un fascinante viaje por sus personajes y sus invenciones, por el mundo que le rodeó y, sobre todo, por el mundo que inspiró. La exposición se articula como una experiencia guiada donde visitante, convertido en explorador, atravesará las obras de Verne más representativas y los distintos ámbitos en que transcurren sus novelas: la tierra, el aire, el hielo, el agua, el espacio y el tiempo, de la mano de contemporáneos españoles y extranjeros. Así, toda una serie de personajes fascinantes, conectados de una forma u otra con Julio Verne, guían el recorrido: aventureros como Manuel Iradier o Julio Cervera, cineastas como Orson Welles, periodistas intrépidas como Nellie Bly (la primera mujer en dar la vuelta al mundo en 72 días), el archiduque Luis Salvador de Austria, que se instaló en las Baleares y se convirtió en el guía literario de Verne por Palma de Mallorca en la novela Clovis Dardentor, destacan entre otros. Cerca de treinta personajes configuran una crónica coral del espíritu verniano.
La muestra cuenta con la colaboración de catorce prestatarios de ámbito nacional y dos internacionales. Se han cedido joyas procedentes de colecciones particulares como las de Francisco Javier Román Huerta, Carlos Pérez, Diego Quevedo Carmona o el matrimonio norteamericano Worswick. Presenta también objetos, en muchos casos inéditos, de la Biblioteca Nacional, el Museo Naval, el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología, el Museo Nacional del Teatro, el Teatro de la Zarzuela, el Ejército del Aire, la Filmoteca Española, el Museo de Etnología de Valencia, la Fundación March, el Círculo Aeronáutico Jesús Fernández Duro y la Fundación Aérea de la Comunidad Valenciana.
Por otro lado, cabe destacar la aportación de La fundación neozelandesa Antarctic Heritage Trust que permite por primera vez en España, la exhibición de unas fotografías tomadas hace cien años en el continente austral, recuperadas en 2014.
Le Poème Harmonique. Bergamasca: La Barchetta passaggiera
Isaac Albéniz Suite española
El alcalde de Zalamea

Dos horas de alegría: eso es lo que perdura en el recuerdo. Dos horas porque la alegría empieza en la madrileña calle del Príncipe, ante la cola de espectadores ansiosos por ver la obra, ante el cartel de “agotadas las localidades”; alegría por volver al renovado Teatro de la Comedia, que es volver a la casa del Clásico; alegría por esa obra maestra y su lenguaje rico, seco y perfumado; alegría por esas interpretaciones y por el montaje, para mi gusto (con alguna pega) de lo mejor, más rítmico y ceñido que nos ha dado Helena Pimenta.
En la temporada 1635-36, el señor Calderón estaba en racha. Escribe y estrena nada menos que El mayor encanto amor, El médico de su honra, La vida es sueño, El alcalde de Zalamea, A secreto agravio, secreta venganza y No hay burlas con el amor: alta filosofía barroca, tragedias de venganza, comedias de enredo. Me gustan mucho sus piezas concentradas, que se cuentan a gran velocidad. El alcalde de Zalamea es una obra maestra por el brillo del texto y el equilibrio de los conflictos, por la estructura de esa jornada donde alternan las intrigas crecientes, las amenazadoras rondas nocturnas y las remansadas escenas de interior, por la sutileza del asalto fuera de campo y la aceleración de los sucesos, bordeando el deus ex machinapero sin caer en lo inverosímil, de cara al desenlace. Álvaro Tato, autor de la versión, resume estupendamente el argumento: “En un día, poco más, la tropa se aloja en un pueblo (¿o lo invade?), dos hombres duros se hacen amigos, una joven es raptada y violada, un hombre es ajusticiado, y una villa se alza contra un Ejército. Pocas veces el teatro áureo fluye tan feroz, inmediato y activo como en este drama”. Pedro Crespo, su protagonista, es un personaje formidable, un portento de sensatez, con la sabiduría y la malicia de un campesino griego. Es inusual, de entrada, la relación con sus hijos, hecha de respeto y comprensión. Orgulloso y dignísimo, Crespo desprecia la nobleza por decreto y su norte es el honor: quien siente el ramalazo de la honra que se lava con sangre es Juanico, su primogénito. La opción paterna es más astuta y también más oscura: una doble carambola (su nombramiento como alcalde y un conflicto jurisdiccional) le convierte en juez y parte y le permite hacer justicia o, según como se mire, cometer un asesinato legal.
Carmelo Gómez, en el papel de Pedro Crespo, ha centuplicado, sin aparente esfuerzo su presencia escénica
Como El caballero de Olmedo, de Lope, esta función tiene mucho dewestern. A Ford y a Hawks les hubiera encantado la relación entre Crespo y Don Lope, dos aristócratas del espíritu. Ben Johnson hubiera sido un Don Lope sensacional. Walter Brennan, el temible juez Roy Bean (“¡La ley al oeste del Pecos!”) sería un buen Pedro Crespo, pero estaría mejor, claro, el John Wayne de Río Bravo. Helena Pimenta muestra muy bien sus complicidades y enfrentamientos, servidas en clave de comedia áspera: el público ríe en esas escenas como pocas veces.
Carmelo Gómez es Pedro Crespo. A mi parecer, este trabajo, junto con Elling en la sala Galileo, es lo mejor que ha hecho en teatro: lo más vivo, intenso y complejo. Ha centuplicado, sin aparente esfuerzo, su presencia escénica. Sobrio, natural, con los toques de humor muy bien dados, con dignidad en la humillación, con furia contenida: me hizo pensar en la bonhomía y la hondura del culminante Jesús Puente en el montaje de Alonso, en ese mismo escenario, a finales de los ochenta.
Única pega: su tendencia a bajar el volumen cuando está en clave íntima, como en la escena de los consejos a su hijo. Joaquín Notario borda el rol de don Lope de Figueroa (su cansancio, su mal café por la cojera, la vejez y el desorden castrense, su progresiva identificación con Crespo: todo está matizado de maravilla) y es un regalo ver ese mano a mano. Única pega: el deslizamiento hacia lo campanudo en los finales. Rafa Castejón es Juanico, un personaje que puede propiciar el exceso pasional, y al que este notabilísimo actor sirve con claridad constante, sin emborronarlo, sujetando la rienda cuando el ansia vengativa arrecia. Nuria Gallardo es Isabel. Enormes momentos: el desgarrado monólogo (“Nunca amanezca a mis ojos la luz hermosa del día”) tras el asalto, y el conmovedor diálogo con el padre (“Álzate, Isabel, del suelo”) que viene a continuación. Ni ella ni Castejón dan la edad para ser hijos de Pedro Crespo, pero dan la verdad.
Como El caballero de Olmedo, de Lope, esta función tiene mucho dewestern. A Ford y a Hawks les hubiera encantado la relación entre Crespo y Don Lope
Jesús Noguero, otro intérprete de tronío, es don Álvaro de Ataide. Clava la sombría vileza del capitán, pero también el vuelo de su transporte amoroso, en el precioso pasaje de “En un día el sol alumbra y falta / en un día se trueca un reino todo”, una de las joyas de la pieza.
Me intriga un pequeño desajuste estructural, curioso en una obra tan calculada: Calderón presenta una doble pareja de graciosos, Rebolledo y Chispa, y Don Mendo y Nuño, pero estos dos últimos desaparecen a mitad de la jornada segunda. Rebolledo es uno de los graciosos más torvos de su teatro: lo encarna muy bien David Lorente (es decir, sin hacerlo “simpático”), aunque a ratos un poco gritado. Y no le cuadra a una actriz de la delicadeza de Clara Sanchis empujar (o que le empujen) el personaje de Chispa hacia la truculencia. Me pareció un tanto acelerado el Don Mendo, “hidalgo de figura”, de Francisco Carril. De comicidad mucho más medida, en cambio, el Nuño de Álvaro de Juan.
La escenografía de Max Glaenzel, que estos días tiene dos decorados en cartel (el otro es El público) es sencilla y depurada: bancadas a los lados para evocar los corrales de comedia; un alto muro de piedra blanca al fondo, que da el aire de pueblo extremeño y también de paredón. La luz de Gómez Cornejo crea el exterior ardiente y los interiores en sombra; el soberbio vestuario de Pedro Moreno enfrenta los colores oscuros y polvorientos de la milicia y la claridad de la ropa campesina. No se pierdan este espectáculo (si encuentran entradas, claro).
También he visto, en el Borrás barcelonés, una sensacional puesta deSpeed-the-plow, el clásico de David Mamet, retitulada Una altra pel·licula (“Otra película”) en la flamante versión catalana de Cristina Genebat. Julio Manrique firma el montaje y lo protagoniza, junto con David Selvas y Mireia Aixalà, perfectos de ritmo y de intención. Que gire, por favor.
El alcalde de Zalamea. Dirección: Helena Pimienta. Intérpretes: Carmelo Gómez, Joaquín Notario y Jesús Noguero, entre otros. Teatro de la Comedia. Madrid. Hasta el 20 de diciembre. Entradas agotadas.