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Camilo Sesto - Getsemaní
Boldini: el discreto encanto de las cosas bellas

Una mezcla imbatible de virtuosismo, mezclado con su éxito entre la alta sociedad de la época, valen a Giovanni Boldini (Ferrara 1842 - París 1931) el sobrenombre del «Paganini de la pintura». Ahora la Fundación Mapfre organiza por primera vez en España una exposición monográfica que dará a conocer la obra de este brillante retratista de bellezas y dandis, uno de los pintores más influyentes del París de los artistas al final del siglo XIX.
Es la época y el sabor proustiano de un tiempo perdido, de la seducción del esplendor que avanza lentamente hacia su fin, lo que surge de los pinceles de Boldini y puede contemplarse en la muestra, que han comisariado Francesca Dini y Leyre Bozal. La primera es una reconocida especialista en el pintor italiano, autora de su catálogo razonado, y la segunda ha logrado que la exposición refleje el influjo de Boldini en los pintores españoles que acudieron a París -un influjo mutuo, en todo caso- como Fortuny, Madrazo, Zamacois, y también inter(re)ferencias con autores como Sorolla, Ramón Casas, Román Ribera y otros, tal vez menos claras. Todos ellos tienen presencia entre las 120 obras que integran la muestra, que estará abierta hasta el 12 de enero de 2020.
Boldini viene de Florencia, donde ya da muestras de un estilo que siempre interroga con un toque psicológico a sus modelos, rodeado de una gestualidad bastante temperamental, como se ve en el retrato de Mery Donegany, en el que están definidas las bases de su personalidad pictórica y su preciosismo. También se intuye el catálogo de poses que dominarán los retratos, en el cuadro de un paje con lebrel o en el mismo autorretrato del pintor mirando un cuadro. Y hay otras influencias, entre ellas una cierta mirada a la pintura áulica del XVII, como demuestra el retrato de un viejo y desdeñoso general español.
Pero sus manos aprenden rápidamente, las pinceladas se sueltan y cuando llega al París de la III República, en 1871, ya tiene un marcado peso en su obra la pintura de moda: cuadros de pequeño formato que desatan una fiebre entre las familias poderosas.
Mientras el impresionismo llega a Montmartre, Boldini se esfuerza en representar la alegría de vivir del gran mundo, aunque también será perceptible, y creciente con los años, el perfume de la decadencia.
Condesas de mirada perdida y elegantes vestidos, señoras lánguidas de generosos escotes en salones suntuosos, siempre con poses efectistas o ficticias (impagable la «Pareja en traje español -él disfrazado de torero, ella de bailaora con guitarra y todo- con papagayos») como si fueran remedos burgueses de las alegorías de Lady Hamilton, se codean con las bellezas de la época como la bailarina y musa Cléo de Mérode. Si fueran fotos de móviles, esto sería el «top ten» del Instagram de los alrededores del Folies Bergère, al que dedicará algún cuadro.
Es seguramente en esta época en la que Boldini se gana a pulso esa fama de superficialidad que la crítica y sobre todo el mercado tratan de limpiarle en los últimos años con resultados más que llamativos en subastas y exposiciones que han puesto de moda al pintor en todo el mundo. No en vano es un artista cuya obra está casi en su totalidad en manos de coleccionistas privados.
Boldini: retrato de James Abbot McNeill Whistler
A finales de los años 70 del XIX, Boldini ya abjura del retrato de moda. Busca nuevos caminos y aquí la muestra cobra más interés y enseña otros caminos, con paisajes y escenas de las calles, como la «Plaza Clichy».
Los cruces de caminos con Madrazo y Fortuny son parte del mapa de su ciudad pictórica. Del mismo Fortuny se muestra una obra singular: la «Playa de Portici», de 1874, un cuadro tardío que da una idea de los logros que el pintor habría sido capaz de realizar si no hubiera muerto poco después.
Los retratos aumentan de tamaño y muestran un creciente dominio técnico. Sirven de ejemplo los de Concha de Ossa, la condesa de Vitta o mujeres anónimas como la «Dama rubia en traje de noche». Y en obras de menor formato, series de desnudos en posturas imposibles que subrayan los encantos del cuerpo femenino desde la mirada del pintor voyeur.
«Playa de Portici», de Mariano Fortuny
Al tiempo, en esta etapa abre nuevas vías expermimentales, como las «Parejas danzantes» o los «Pensamientos», en las que depura colores y formas en invocaciones casi abstractas. Sin embargo, Boldini sigue fiel al retrato, su gran género, en el que alcanza todos los virtuosismos, como muestra el dedicado a James Abbot McNeill Whistler, en 1897, dotado de una enorme expresividad. El dandi cosmopolita aparece con un toque de indolencia, sentado en una silla Luis XIV, («pero con swing», añade la comisaria) y refleja todo el encanto y la decadencia de un mundo que se agota, veloz, en el camino a la Primera Guerra Mundial. Y tal vez la obra cumbre de la muestra sea el retrato de Cléo de Mérode, que propició hipérboles de la crítica difícilmente justificables, cuando lo calificaron de Gioconda del XIX.
La exposición será un éxito porque vuelve los ojos a todo el encanto discreto de las cosas bellas, en una sociedad llena de urgencias e incertidumbres, algo fin de época, como la nuestra.
"Lujo. De los asirios a Alejandro Magno"

La vida de lujo de hace tres mil años se parece mucho a la de hoy, sigue siendo fuente de placer y afirmación de estatus y, como se puede ver en una nueva exposición del Caixaforum de Madrid, comparte objetos como elaboradas vajillas, exóticos perfumes y delicadas joyas.
En total son 217 piezas procedentes de las colecciones del British Museum, que conforman "Lujo. De los asirios a Alejandro Magno", una muestra que recala en Caixaforum Madrid desde mañana y hasta el 12 de enero de 2020, y que muestra los objetos más deseados y excepcionales de asirios, fenicios, babilonios y aqueménidas.
"Entonces, como ahora, un objeto de lujo era extravagante, altamente deseado y difícil de conseguir. En aquel tiempo la opulencia buscaba el poder económico, pero también político", explicaba hoy Alexandra Fletcher, comisaria de la exposición y conservadora del British Museum, durante su presentación.
La exposición, que recorre los años del 900 al 300 a.d.C. rastrea los orígenes del lujo entre las principales civilizaciones de Oriente Medio que comenzó con el surgimiento del Imperio Asirio y culminó con hasta la conquista de Alejandro Magno.
El florecimiento de estas civilizaciones, y todo el comercio ligado al lujo con rutas comerciales que se prolongaban desde India hasta España, llegó tras siglos de oscurantismo y cuando la estabilidad política "consiguió que el comercio renaciera y se establecieran rutas de comercio", detalla la experta.
Entre las piezas excepcionales que se pueden ver se encuentra la figura de un pez, meticulosamente labrada a partir de una lamina de oro, que se usaba como frasco para aceites perfumados. "Se pueden ver todas y cada una de las escamas", explicaba Fletcher, que considera este como el objeto fundamental de la muestra.
El espectador también puede ver piezas únicas como un huevo de avestruz labrado y usado como recipiente, encontrado en la tumba de Isis, o una gran concha laboriosamente cincelada, que se usaba para cosmética.
Hay también joyas, que podrían ser de ahora, varios collares y pendientes y adornos, no solo de mujeres, también para guerreros, como una primorosa figura de la cabeza de un ave de oro, destinada para ser prendida en una funda de arco y fechas. Y es que, entonces como ahora, el uso de objetos no solo tenía función de adorno sino que daba muestra de estatus social y el uso de poder.
Entre las piezas que han venido desde Londres para la exposición, se encuentran algunas procedentes del tesoro de Oxus, el tesoro mejor conocido de objetos de oro y plata de la antigua Persia.
La exposición recorre las estrategias para hacerse con estos objetos preciados como el pillajes, en la guerra; la importancia de los fenicio en el sector, que se establecieron como comerciantes en la zona, o los lujos personales de la clase alta, con cosméticos y primorosas botellas de perfume, hechas con materiales como vidrio o piedras preciosas.
A parte de objetos personales, la muestra intenta dar una idea al visitante del lujo de las estancias de los palacios de estas civilizaciones y los jardines que los rodeaban, habitualmente asociados a la abundancia, la fertilidad y la santidad.
Entre los objetos expuestos, se encuentran elementos de decoraciones de estancias interiores y lápidas esculpidas que traen a nuestros días exóticos jardines de la época. Es el caso del relieve del palacio Norte de Nínive (Irak), que está bellamente coloreado con una técnica de luz para la exposición.
Igual que ahora, el mobiliario, ropa y estilos decorativos de lujo tenían su propio mercado de imitaciones y falsificaciones. Así los suntuosos platos de oro que se ven en la exposición, aparecen también replicados con materiales más baratos, con el fin de que abastecer a un mercado más amplio y que no se podía permitir una vida de lujo.
“Fuimos los primeros”: la gesta de Magallanes y Elcano que cambió el mundo

Desde el título de la exposición los comisarios tenían claro la idea que querían transmitir: la de una hazaña de altura, como ayer comentaron durante la presentación que reivindica a los protagonistas de la gesta, encabezados por Magallanes y Elcano, los dos marinos que hicieron historia, sin olvidar a los marinos que embarcaron. Del portugués a quien desoyeron en un país cuando expuso su deseo de viajar a las islas Molucas, en alguna ocasión incluso arrastrando literalmente a sus hombres, un líder capaz de contagiar su entusiasmo, al navegante Elcano, a quienes los marinos eligen para poner fin a la vuelta al mundo, un hombre que fue capaz de convertir una expedición comercial en una gesta y, al tiempo, dar por primera vez la vuelta al mundo. El viaje se inició el 10 de agosto de 1519 en Sevilla y zarparon de Sanlúcar de Barrameda el 20 de septiembre, una vez incorporada la tripulación y con todo el equipamiento y provisiones cargado. El 8 de septiembre la nao Victoria llegó a Sevilla. Había concluido la vuelta al mundo. La primera.
La muestra parte de cómo se fraguó el viaje, cómo se desarrolló el mismo, se detiene en la muerte de Magallanes, en la toma del mando por Elcano y acaba en Sevilla, a donde llegó solamente una de las cinco naves, la Victoria (a la que se destaca en la muestra, con una reproducción a gran escala en la que se puede ver cómo era la embarcación en su interior y dónde alojaba el cargamento que llevaba, desde todo tipo de víveres hasta una vaca viva para poder abastecerse de leche fresca), con 18 hombres de los cerca de 250 que habían embarcado. Las otra cuatro Trinidad, San Antonio, Concepción y Santiago) se quedaron por el camino en un viaje hacia lo desconocido en el que los tripulantes fueron capaces de enfrentarse a peligros y situaciones que habían sido impensables hasta el momento.
Una hazaña, mirada con los ojos de hoy, que cambió la manera de cartografiar, pues el mundo ya no volvería ser el mismo. “Hemos tratado de mantener viva la memoria de dos marinos y de sus hazañas en la Historia”, señaló el almirante Juan Rodríguez Garat, director del museo y uno de los artífices de esta muestra junto con los comisarios Enrique Martínez Ruiz, Susana García Ramírez y José María Moreno Martín.
Entre las 89 piezas que se exhiben, algunas de ellas verdaderos tesoros, como el primer mapa que se dibujó tras la circunnavegación y que demostraba que el mundo ya no era el mismo, hasta un curioso busto de Carlos I joven, pasando por los instrumentos de navegación de la época, como el compás de mano, el cuadrante, el escandallo, la ampolleta y el astrolabio. Se muestra también el impresionante cuadro de Salaverría, tantas veces reproducido, que pinta el fin de la vuelta, con los marinos bajando de la Victoria con Elcano al frente, un puñado de hombres que en Sevilla vieron como una alucinación fantasmagórica, pues nadie los esperaba. “Después de miles de leguas viajadas nos miraron como a fantasmas”, dice la voz del marino vasco en el vídeo que se proyecta en la carpa geodésica que se ha habilitado en el Museo Naval y que narra cómo fue la travesía.
Son 1.100 metros cuadrados que recogen las piezas que proceden de 23 instituciones tanto españolas como extranjeras. La puesta en escena es también importante, pues los colores van dando medida de lo que supuso el viaje, incluso con un guiño al rojo y al amarillo, colores de la enseña.